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Filial 1


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Les puedo asegurar, de entrada, que estoy viviendo un sorprendente e inesperado amor filial. Me he atrevido a efectuar esta narración, más que nada, para poner en entredicho el repudio del incesto en la mayoría de las sociedades occidentales. Por mi parte, puedo asegurar que alcanzar a tener sexo con esa persona que comparte el mismo lazo sanguíneo, siempre que sea consentido, puede llegar a ser increíble y placentero. Una vez dicho esto pasaré a relataros como he llegado a vivir esos momentos mágicos que me he referido al inicio.

     Ante todo me daré a conocer: mi nombre es Juan, acabo de cumplir 30 años y trabajo como administrativo-contable en una empresa de ámbito nacional de la que percibo un sueldo holgado y poder vivir cómodamente.  En lo que respecta a mi físico, no me caracterizo por ser un hombre que sobresalga de la normalidad, pero tampoco me preocupa en exceso. Si entramos en el ámbito de mi relación con mujeres, ya que es el tema principal dentro de esta narración, diré que he llegado a mantener varias relaciones sexuales. Sí que estas relaciones me satisfacían corporalmente, pero carecían de sentirme plenamente satisfecho en lo que respecta a la parte afectiva.

     Mención aparte merece mi última y nefasta relación con una mujer. ¿Y qué pasó para llegar a ser tan funesta? Nos conocimos en una discoteca y ese primer día, salvo llegar a besarnos, poco más hubo entre nosotros. El caso fue que otro día coincidimos en un supermercado y ello nos llevó a festejar ese encuentro en un bar próximo. No solo aceptó mi invitación a tomar algo en el bar, sino que también accedió a ir a mi apartamento y allí nos despachamos a gusto follando sin descanso. La chica puedo decir que era de buen ver y se merecía un buen polvo, pero no llegue a sentir por ella otra sensación distinta a ese desahogo corporal que me produjo.

    Sí que volvimos a vernos y repetimos la experiencia, pero aunque la chica calmaba mi apetencia sexual no me producía otra emoción distinta. La sorpresa vino a los pocos días; se presentó en mi apartamento y no vino precisamente para follar sino para decirme que estaba embarazada y yo era el causante de ese embarazo. Me quedé de piedra. Era verdad que descargué mi semen en lo más profundo de su vagina, pero pensaba que ella tomaba las consiguientes pastillas para no quedar y ni siquiera llegué a preguntárselo.

     ¿Cual fue mi proceder?: yo había sido el causante de ese embarazo y me haría cargo de ese nuevo ser. Además, me agradaba la idea de llegar a ser padre. El siguiente paso fue contraer matrimonio con esa mujer.

     Me faltaba esa chispa de sentir algo más profundo en esa relación matrimonial, pero lo suplía la ilusión del nacimiento de mi propio hijo, aunque no duró mucho esa esperanza. Tres meses aproximadamente cumplía ese embarazo cuando mi mujer me comunicó que iba a abortar. Se me calló el mundo encima. A mi pregunta si el motivo era porque había algún problema en la gestación, ella me dijo que sí, pero no me dio muchas más explicaciones. No me quedé conforme y fui al especialista que seguía el control, para que me dijese las causas por las que mi mujer debería abortar y cual fue mi sorpresa al decirme que todo iba bien hasta el momento, y si en verdad quería abortar era por una decisión muy personal de ella.

     Para no extenderme más, el aborto se cumplió y de inmediato se disolvió ese matrimonio al divorciarme de esa mujer. Mal lo pasé por no llegar a cumplirse esa ilusión que tenía de ser padre, pero por otro lado me alegré de poner fin a ese matrimonio que no tenía sentido. Esperaba que con el tiempo me uniera algún sentimiento más intenso hacia esa mujer, pero ni lo hubo en los tres meses de convivencia ni seguramente los habría en el futuro.

     Hasta aquí he reseñado esos momentos por la que mi vida ha tenido experiencias con diversas mujeres con las cuales no me he sentido para nada complacido, salvo el sexo. Ahora daré un giro a mi narración y hablaré algo sobre el entorno familiar con el que me he criado, para llegar a lo importante de este relato.

     Pues bien, desde niño he vivido en compañía de mi madre y mis abuelos maternos. Si he de decirles algo sobre mi padre, solo les puedo decir lo poco que me han contado sobre él y esto se sintetiza en un accidente que acabó con su vida siendo yo un recién nacido.                    

    Con estas tres personas he tenido una vida cómoda, dentro de una moderación, teniendo las necesidades básicas cubiertas. Mi abuelo siendo carpintero y mi madre como enfermera se encargaban, con sus salarios, de cubrir todas estas necesidades hogareñas y de darme una educación adecuada hasta llegar a alcanzar la graduación en administración de empresas. Fue en estos estudios superiores cuando tuve que abandonar el hogar familiar e irme a otra ciudad donde impartían esta carrera.

     Y en esta nueva ciudad sigo al conseguir el empleo que actualmente desempeño. Eso no quita para que regularmente haga una visita a mi familia, aunque no lo haga tanto como ella lo quisiera. Y la verdad es que bien pudiera haberme quedado algún día más junto a mi ella al producirse la muerte de mi abuela y más cuando al poco tiempo mi madre se quedó sola al fallecer también mi abuelo. Me exigí ir para pasar más tiempo con ella y solicité en la empresa adelantar en un mes mis vacaciones estivales y no hubo problema en concedérmelas.

     Ahí estaba en mi ciudad conviviendo con mi madre y era evidente lo que la echaba en falta. Después del desastroso matrimonio vivido resultaba confortante estar con un ser querido y además se desviviera para que me encontrara a gusto. Y la verdad es que echaba de menos esa relación con una mujer en la que mis sentimientos internos floreciesen y no experimentados con las demás mujeres que me había relacionado. Claro está que esta mujer era mi madre y nadie como una madre sabe como complacer a sus hijos, pero no podía dejar de ver en ella algo más, aunque lo asocié a sentirme muy a gusto conversando y disfrutando de su compañía.

     No nos separábamos ni un momento, salvo el horario que mi madre tenía que cumplir en el centro de salud donde trabajaba de enfermera. Pero para tener mayor contacto, pudo coger unos días de fiesta y poder estar más horas juntos.

     Estábamos en el mes de julio y el calor nos brindaba ir por las mañanas a la piscina municipal y allí íbamos los dos. Puedo decir que me sorprendió ver a mi madre en bañador. La encontré radiante y no pude por menos que admirar su cuerpo. Ni sabía el tiempo que hacía el no verla mostrando toda su silueta corporal. Y en verdad se la veía como una mujer muy apetecible y me preguntaba como era posible no estar enrollada con algún hombre o por lo menos daba la impresión de no estarlo. Una explicación pudiera ser el sentirse vinculada por completo a sus padres ya que en los últimos años la salud de estos no era buena. Pero esa vinculación había dejado de existir y bien podía buscar alguna relación de pareja, pretendientes seguro que no le iban a faltar.

       Pues bien, como digo, por las mañanas íbamos a la  piscina y allí llegue a conocer a una vecina del piso dónde vivíamos. No debía llevar mucho tiempo viviendo allí al no haberla visto antes. El caso era que esta mujer se nos acercaba, cuando aprovechábamos para tomar un refrigerio en el bar de la piscina y no se separaba de nosotros. Me daba la impresión de que yo era el motivo de su acercamiento y no perder ocasión de dirigirse a mí mostrándose muy amable.

     ¿Y cómo era esa mujer? Puedo decir que más o menos tenía la edad de mi madre, aunque su físico no era tan atractivo como el de ella, pero aún así, se podía decir que estaba de buen ver. También puso en mi conocimiento que era una mujer separada del marido y vivía sola.

      Tanta amabilidad hacia mí por parte de la vecina, me pareció ver que no era muy del agrado de mi madre, aunque se privaba en decírmelo. Todo cambió al vernos mi madre a los dos en el rellano de la escalera junto a la puerta de la vecina. Habíamos coincidido al entrar en el edificio, nos saludamos y seguimos conversando en el rellano de la escalera donde se encontraban nuestros pisos y aquí ella se mostró bastante insinuante invitándome a entrar en su casa.  

     No se produjo esa entrada porque en ese momento la puerta del ascensor se abrió y de él salía mi madre. Ni un hola salió de los labios de ella al vernos. Se dirigió a nuestro piso abrió la puerta y un portazo se oyó claramente al cerrarla.

     Dejé de lado a la vecina y rápidamente me dirigí al piso de mi madre. Esa actitud no era propia de ella y quería saber si algo le pasaba. Una vez dentro, encontré a mi madre en su habitación tumbada en la cama con la cara sobre la almohada.

     -¿Qué te pasa, mamá? -pregunté.

     Por lo visto no me había oído entrar y rápidamente se sentó sobre la cama para responderme:

     -A mí nada, simplemente estaba descansando.

     -¿Te ha molestado verme hablar con la vecina?

     -Porqué me iba a molestar –contestó de forma rápida a la vez que se levantó por completo de la cama dispuesta a salir de la habitación para no seguir conversando.

     Antes que saliera le dije:

     -Te lo digo porque no es normal que salieras del ascensor y al vernos no dijeras ni hola, además de dar ese portazo al cerrar la puerta.

     Me dejó con la palabra en la boca. Su intención era salir de la habitación rápidamente para como decía, irse a la cocina.  Pero yo no iba a dejar esa conversación a la ligera, le agarré del brazo y la obligué ir al salón para allí sentados hablar como acostumbrábamos desde que llegué. Quiso resistirse diciendo:

     -Anda, hijo, déjame en paz que voy a la cocina a preparar la cena.

     -Mamá, la cena puede esperar y te dejaré en paz una vez me digas que te pasa realmente y no me vengas con evasivas. Venga, sentémonos en el sofá y cuéntame.

        Vio que no iba a ser fácil desprenderse de mí y se sentó en el sofá tal como se lo propuse para después preguntarme:

     -¿Qué quieres que te cuente?

     -En principio, qué te molesta de la vecina –le dije a la vez que me sentaba a su lado.

     -La vecina no me molesta –replicó rápidamente.

     -¿Entonces, que es lo que te ha molestado?

       Se quedó mirándome fijamente unos segundos para después soltarme de forma categórica

     -¡Tú!

     -¡Yoo!, ¿por qué? –pregunté asombrado

     -¿Qué por qué?, porque es vergonzoso que mi hijo ande detrás de una mujer madura entrada en años como yo, teniendo la posibilidad de poder estar con mujeres mucho más jóvenes.

     No me quedé conforme con esa respuesta y además, no iba detrás de la vecina, era ella la que se me insinuaba, y por cierto, yo no hubiera visto nada vergonzoso si hubiera accedido a follar con ella. Para nada influía en mí esa edad madura que aludía. La vecina rondaría los 48 años como mi madre y las dos estaban en plenitud de poder gozar del sexo. Lo que me extrañaba era verla molesta por algo que en principio yo no le daba importancia. Poder tener una relación con una mujer mayor que yo, era algo que casi pedía a gritos. Estaba arto de mujeres más jóvenes que en realidad no llegaban a satisfacerme del todo y tener una experiencia con una mujer de más edad que la mía lo deseaba. Por otra parte, mi madre también reunía esas características y si la comparaba con la vecina, no había color, mi madre era mucho más atrayente. ¿Quería decir con esto que desearía poder llegar a tener sexo con mi madre? Quise borrarlo enseguida de mi mente porque me parecía que se me estaba yendo la olla. De todas maneras le dije a mi madre:

     -A ver mamá, para nada veo vergonzoso que yo pueda mantener relaciones sexuales con una mujer de tu edad, es más, me gustaría poder tenerlas ya que las de la mía no llegan del todo a complacerme. Y hablando de relaciones sexuales: los dos somos ya mayorcitos para poder hablar este tema sin impedimentos y, mamá, te pregunto porque no tengo ni idea, ¿cómo llevas tú este tipo de relaciones?, porque  pretendientes seguro que no te faltarán.

     Todo este parloteo debió dejar a mi madre sin palabras, porque de su boca no salía ninguna, pero seguro que algo rondaba en su pensamiento y no era capaz de expresarlo, así que insistí:

     -No me digas nada, si no quieres, pero tanto tú como mujer, como yo como hombre, tenemos unas necesidades en la que entra el sexo. Y si me apuras, te diré que eres una mujer muy apetecible y me atrevo a decir que basta que abras la boca para que tengas a tu merced a quien te apetezca.

     Su silencio se cortó para contestarme de forma enfadada, aunque hubo algo no habitual en ella al dirigirse a mí usando  mi nombre.

     -¡Ya está bien, Juan! No quiero saber nada de sexo y aunque lo haya ejercido para tenerte a ti, ya ha sido suficiente y no me ha apetecido tenerlo más.

     No podía ser que me hablara en serio. Era impensable que después de mantener relaciones sexuales para engendrarme a mí, no le hubiera apetecido follar de nuevo. A no ser que hubiera tenido una muy mala experiencia y eso debería explicármelo. Tal como estábamos sentados acerqué mis manos a las suyas para cogérselas y poder dar a nuestra conversación un tono más afectuoso. Al igual que ella se había dirigido a mí por mi nombre, hice lo mismo, diciéndole:

     -A ver, Luisa, quiero que seamos sinceros el uno con el otro. Yo ya te he contado que me gusta tener sexo, pero también te he dicho que no he quedado del todo satisfecho porque siempre me ha faltado algo y me gustaría saber que insatisfacción has tenido tú para renunciar a estas relaciones. Seguro que si me lo cuentas te sentirás mejor y con quién mejor que conmigo para desahogarte.

    Me apretó fuertemente las manos  para después revelarme su secreto escondido.

     -Mira, Juan, no sé si será mejor que te lo cuente, pero si es verdad que algo guardo en mí que nunca has sabido. Ahora bien, antes de que juzgues lo que te voy a revelar quiero decirte que no me he arrepentido nunca de ser tu madre y de quererte con locura

     Se tomó un respiro para continuar y yo me encontraba expectante por saber que secreto guardaba.

     -Tu padre no murió en un accidente y quien hizo que yo quedara embarazada fue un hijo de un amigo de tu abuelo al ser violada por él.

     ¡Toma ya! Esa revelación no me la esperaba. No pude por menos que exclamar:

    -¡Que me estás diciendo!

    -Por favor Juan, no me lo hagas más difícil, piensa que esto fue muy duro para mí y ya que he comenzado a desahogarme, déjame que siga: esto sucedió en una casa de campo de un amigo de tu abuelo a la que fuimos invitados a pasar unos días, tanto él como tu abuela y yo. El caso fue que una tarde salieron todos de casa a visitar a otro amigo que vivía en el pueblo cercano y a mí no me apetecía. Preferí quedarme porque estaba cansada de haber andado por el campo toda la mañana y deseaba descansar. Me fui a la habitación que me habían asignado y me dispuse a echar una siesta. Me desperté asustada porque sentí unos tocamientos en mi cuerpo, grité y oí decir:

      -Tranquila, no grites que lo vamos a pasar muy bien –fueron las palabras que oí de labios del hijo del amigo de tu padre.

     -Déjame, déjame, por favor –le dije intentando desprenderme de sus manos, pero fue inútil. Cuanto más gritaba yo, más violento se ponía él y le era fácil llegar a cualquier parte de mi cuerpo porque estaba medio desnuda. Hacía mucho calor y me había desprendido de casi toda la ropa para echarme la siesta. Todos mis esfuerzos por librarme de ese tiparraco fueron inútiles, tenía mucha fuerza. Tras varios intentos consiguió su pene entrar en mi vagina y allí descargar todo su semen. Hay que tener en cuenta que yo no había  tenido relaciones sexuales con ningún hombre, por tanto era virgen. Ante ese hecho, lloré como una desconsolada, pero ese mamarracho, perdona la expresión porque por él tu estas aquí, una vez cumplido su deseo, no tuvo ninguna consideración, es más, antes de salir de la habitación, me dijo:

     -Aquí no ha pasado nada y como se te ocurra abrir la boca atente a las consecuencias. Quedas advertida y yo no hablo por hablar.

     Unas lágrimas se iban desprendiendo por las mejillas de mi madre hasta romper a llorar. No pude por menos que abrazarla para paliar su angustia. Desde luego, vaya revelación que acababa de escuchar y claro, yo entraba de pleno en esa historia y bien podía pensar que me iba a afectar. Tuve que dejar mis pensamientos porque mi madre se separó de mí para seguir su revelación:

       -Déjame que termine de explicarte todo. Ese hombre se marchó y yo me quedé en la habitación como petrificada. No sabía como reaccionar hasta que oí unas voces y me fui a refugiarme al baño. Allí me sequé las lágrimas y me froté fuertemente todas las partes de mi cuerpo que habían sido deshonradas. Salí del baño y vi que en el salón estaban  tus abuelos con su amigo, pero ni rastro de su hijo. Entonces les pedí a mis padres que nos fuéramos porque no me encontraba bien y estaba muy cansada. Aunque tuve que insistir, al final nos fuimos de esa casa. Bueno, solo queda decirte que no me vino la regla y como yo era muy regular pensé en un posible embarazo. En una visita que hice a un medico me hizo la prueba y lo confirmó. Ahora quedaba como se lo diría a mis padres. Para no extenderme, te diré que al enterarse de quien había sido el causante de ese embarazo inmediatamente se pusieron en contacto con su amigo y este les contó que su hijo estaba casado y vivía en Francia. Coincidimos con él esos días porque había venido a ultimar un papeleo que necesitaba para después marcharse de inmediato. Te puedes preguntar porqué no aborté y te diré que en esa época era impensable porque estaba penalizado. Te tuve, y puedo asegurarte que fue lo más maravilloso que me ha sucedido.

     Ponía fin a su historia y para ultimarla, me dio un caluroso abrazo a la vez que decía: “te quiero más que a nadie en este mundo y no me arrepiento para nada de que seas mi hijo”. Tras este abrazo y esas palabras, ella continuó diciendo:

     -De verdad me ha servido de mucho este desahogo, y espero que me perdones por no habértelo contado antes. Ahora ya sabes porqué me produce rechazo todo lo relacionado con el sexo.

     Sí que todo lo dicho no lo esperaba, pero aparte de asombrarme de como había sido yo gestado, no podía dejar que eso le impidiese relacionarse con otros hombres. Así que le dije:

     -No te tengo que perdonar nada y ahora toca que liberes de ti ese rechazo y llegues a disfrutar plenamente de la sexualidad.

      -Gracias hijo por tu comprensión, pero ya no creo que tenga ganas de buscar con quien disfrutarlo, soy mayor y además, no hay nadie que me atraiga, ni creo que esté en edad de atraer a nadie.

     A ver como salía yo de esta, porque la verdad me sentía muy a gusto a su lado o más bien era la única mujer que me producía sensaciones o emociones distintas de las experimentadas con el resto de mujeres que había tratado. De todas formas, era una aberración lo que pasaba por mi mente, joder, era mi madre esa mujer que me atraía, y en lo último que tenía que pensar era en el deseo follar con ella. Pero tampoco podía permitir el que  justificase no disfrutar del sexo por el hecho de creerse mayor y no atraer a nadie. Tenía que quitárselo de la cabeza y a ver como lo lograba. Volví a usar su nombre para dirigirme a ella y aunque había vuelto a dirigirse a mí como hijo, no deseaba otra cosa del que me viera solo como hombre.

     -Mira, Luisa, puedes hacer lo que quieras que para eso eres libre, pero lo que no puedes y no debes, es cerrar la puerta a todo que puedas sacar algo jugo en esta vida y una de esas cosas es el sexo. Y no me vengas que eres mayor, tan solo tienes 48 años y en lo que respecta a tu físico, eres una mujer lo suficiente atractiva como para tener al alcance a la persona que desees. Y te lo digo como hombre que soy.

    No supe si llegó a pensar en algo, porque después de unos segundos en los que su mirada parecía penetrarme, se levantó del sofá de forma inmediata diciendo:

     -Vamos a dejar esta conversación, Juan, vayámonos a cenar que se está haciendo tarde.

     Ahí me dejó, sin una contestación adecuada a lo que le planteaba. La vi irse del salón y mi mirada no se separó de ella hasta perderla de vista. En verdad me fascinaba y deseaba esa mujer, aunque mi mente luchaba para no ver en ella a mi madre. Por una parte este pensamiento resultaba inmoral, pero por otra, pensaba que no podía llegar a ser ningún crimen si llegara a follar con ella con su consentimiento. La voz de mi madre o mejor dicho Luisa, cortó mis pensamientos.

     -Juan, cuando quieras ven a la cocina que ya está la cena en la mesa.

     Nos mantuvimos en la cena en casi completo silencio, supuse que cada uno sumido en sus pensamientos, y una vez terminamos recogimos la mesa y después, como era habitual, nos dirigíamos al salón. Yo antes de ir me mantenía en la cocina para preparar un par de bebidas refrescantes para tomar mientras veíamos la televisión. Pero cuando llegué al salón me extrañó de no ver la televisión encendida. Me acerqué al sofá donde ya estaba sentada mi madre, le ofrecí una de las bebidas, me senté a su lado como acostumbraba, y le pregunté:

     -¿No hay nada que te interese ver en la tele?

      Su contestación no tuvo nada que ver con la pregunta que le hice. Dejó el refresco en la mesita que teníamos justo al lado para después decirme:

     -A ver como te lo digo, Juan, porque me cuesta decírtelo. Estaba pensando en lo que hablabas de que yo tuviera relaciones con algún hombre y llegar a tener sexo con él, pero para que eso fuera posible, tendría que ser un hombre que llegara a quererme, y yo quererlo como para llegar a olvidar el recuerdo de esa violación que tanto me llegó a trastornar. Y te puedo decir que hasta ahora no  he encontrado esa persona ni pienso que la pueda encontrar.

     Bueno, bueno, esto era ya otra cosa, se abría llegar a tener sexo con la persona adecuada y me ponía en bandeja el saber quien era la persona con la cual olvidar su trastorno. ¿A quién quería más que a nadie en este mundo? Lo único que faltaba era saber romper esa barrera, que posiblemente pondría, de llegar a mantener relaciones sexuales con su hijo. A ver como me las ingeniaba.

     -Mira Luisa, se que persona reúne esas condiciones que deseas, pero para llegar a tener sexo con ella hay una especie de barrera que deberías dejar de lado.

     -No llego a entenderte, Juan. Qué barrera es esa y quien crees que es esa persona.

     Allá iba mi respuesta:

     -Esa persona soy yo

     -¡Tuu!

     -Si yo, no creo que haya otra persona que te quiera tanto y tú llegar a quererme, como dices, con locura.

     -Pero, Juan, ¡que tú eres mi hijo!

     -Pero también soy un hombre y esa barrera de ser tu hijo es la que debes dejar de lado.

     -Ay Juan, me estas volviendo loca.

     Ahora o nunca, mis manos estaban libres al dejar también el refresco en la mesa y con ellas, en un movimiento rápido, la atraje hacia mí y le di un beso en plena boca. No se lo esperaba y se quedo atónita ante este hecho, hasta que reaccionó separándose y decir:

     -Ay, Juan, no me beses así, esto es una locura.

     -Si, Luisa, es una locura, pero me gustaría que vieras en mí a ese hombre que sabría como hacerte olvidar tus malos recuerdos.

    Volví a besarla y esta vez nuestros labios permanecieron más tiempo unidos. Aproveché para que mi lengua se introdujera en su boca y jugueteara dentro de ella. Sí, fue un beso largo hasta que ella dio fin al apartar su boca de la mía. Al separarnos, se notaba que ella temblaba y sus ojos al mirarme parecían que estaban a punto de llorar. Sin mediar media palabra y de forma presurosa se levantó del sofá dejándome solo en el salón.

     Ese beso que para mí había sido muy placentero, por lo visto, no lo había sido tanto para ella, aunque me dio la sensación que se entregaba a él con verdadero deseo. El caso era verme solo en el salón sin su compañía, pero no me podía quedar de brazos cruzados ante esa reacción de salir del salón de forma precipitada, y además llegar a percibir su temblor y ver el semblante de su cara después de ese beso. Así que me levanté y me dirigí hacia donde se encontraba. Su habitación era su cobijo y al igual que la vi anteriormente, se hallaba tumbada en la cama con su cara hundida en la almohada, me acerqué a ella y le hice darse la vuelta para que su rostro estuviera frente al mío. Unas lágrimas aprecié en su cara y no pude por menos que preguntarle:

     -¿Y esas lágrimas…? Si son por haberte besado, he de decirte que lo deseaba, pero perdona si eso ha supuesto para ti ser una insensatez. Para mí no lo ha sido porque supones ser algo más que mi madre, te veo como una mujer que me atrae y siento por ti algo distinto de ser tu hijo.

     Se sentó en la cama y tras unos segundos de fijar su mirada en la mía me contestó:

     -No me digas esas cosas, Juan, no lo puedo aguantar.

    -¿El qué no puedes aguantar?, ¿qué te diga que te quiero como mujer?

     Su reacción me dejó un poco sorprendido, se acercó a mí, me propinó un beso en los labios, aunque fue visto y no visto, para decir después afirmar:

     -¡Yo también te quiero como hombre!

     -¿En verdad…? –no lo esperaba y por eso me dejó asombrado como lo que siguió diciendo.

     -Sí, es verdad, y ya esta bien de guardármelo, aunque esto de quererte como hombre sea una aberración. No sé lo que me ha pasado, pero desde que has venido me has hecho ser una persona distinta. El poder disfrutar de tenerte a mi lado en todo momento, me hacía sentir ser una mujer en toda la extensión de la palabra, pero claro, mi mente no podía olvidar que ese hombre que me acompañaba era mi hijo y no podía verte de otra manera, hasta que se entrometió la vecina. No soportaba como te comía con la mirada al acercarse a nosotros y más al verte con ella a la entrada de su piso. Ya sé que no tenía ningún derecho a decirte que era vergonzoso que fueras detrás de una mujer como ella, pero te veía muy mío y no quería admitir que estuvieras con otra mujer, aunque por otra parte mi mente me repetía: “Luisa, qué pretendes, ese hombre es tu hijo”. Pero para colmo y dejarme más atormentada, me dices que deje de lado esa barrera que nos une como madre e hijo y me preste a tener sexo contigo. Me parecía antes que pensar en eso era una locura y sigue pareciéndome que no está bien.

     Ya estaba todo dicho y solo restaba que pusiera punto final a esa barrera.

     -Mira, mi querida Luisa, lo que no está bien es que pongamos freno a lo que los dos deseamos. Es parte de la sociedad la que repudia esta relación intima entre madre e hijo, pero lo que no puede impedir es que seamos dos personas que se quieren y lleguen a practicar sexo.

     Sobraban las palabras  y faltaban los hechos. Me acerque a ella para que nuestros labios se fundieran en un ardiente beso. Este beso no fue demasiado prolongado porque mi boca se fue desplazando por el resto de su cara y su cuello. Quería seguir mi besuqueo por el resto de su cuerpo, pero había que desprender alguno de sus ropajes para que su piel sintiera mis caricias. No fue difícil, y en un momento quedaron a mi vista sus pechos cubiertos por un sujetador que también hice desaparecer de su cuerpo. Contemple con placer esos pechos que todavía se mantenían erguidos Unos pechos en los que hundí mi boca chupando esos pezones que se iban empinando a medida que los lamía. Si yo me sentía dichoso y excitado, ante este recorrido de mi boca por esa parte de su cuerpo, ella también llegaba a sentir algún gozo al inclinar su cabeza hacia atrás acompañada de gemidos que emanaban de su boca. No pude por menos que preguntarle:

     -Mi amor, ¿cómo te sientes?

     -¡Ay mi vida!, siento que voy a explotar, este placer no lo había sentido nunca.

    El primer objetivo se iba cumpliendo a las mil maravillas y ahora quedaba la parte más complicada. ¿Cómo recibiría a mi ya erecto miembro cuando quisiera adentrarse en sus partes más intimas? Era seguro que le haría recordar el que un pene la penetró sin ningún miramiento, en contra de su voluntad y además perder su virginidad. Así que debería ser comedido, pero en verdad ardía en deseos de poseerla y hacerla mía. Paciencia, Juan, me dije en mis adentros, todo llegará, pero debes hacerlo bien.

     No tarde en tenderla por completo en la cama y despojarla de toda su vestimenta. Allí tenía a mi vista un cuerpo adorable y hermoso. Ya lo intuía al verla en bañador, pero tenerla tan cerca al alcance de mis manos era una verdadera delicia. Esos 48 años, en verdad no los aparentaba, aunque me era igual. Lo importante era que veía en ella algo distinto de lo que percibía en otras mujeres.

     A pesar de tener a mi miembro completamente erecto  y con ganas de desfogarse, no debería tener prisa y esperar a que realmente deseara que mi pene penetrara hasta lo más profundo de su vagina. Era divino disfrutar de ese cuerpo. Tendidos los dos en la cama completamente desnudos, comenzamos uniendo nuestros labios para después nuestras lenguas jugasen y se enroscasen entre ellas. Esta vez notaba como su entrega era total, pero todavía no había llegado el momento de hacerla mía por completo. Mi boca se separó de la suya para recorrer todo su cuerpo. No dejaba un solo poro por acariciar, su cara, su cuello, sus pechos, su vientre, sus muslos…, y quise poner el remate de mis caricias en su vulva. Allí me acerqué poco a poco para ver como reaccionaba no fuera que le causara algún rechazo el acercarme a su vagina, pero lo que llegué a oír, aparte de los gemidos y jadeos, fue lo siguiente:

     -Ayyy…, mi amor…, mi vida…, no puedo más, hazme tuya.

    Esperaba como agua de mayo oír estas palabras y decidí apartar mi boca de su vulva para que mi pene, a punto de explotar, cumpliera con esmero su cometido. Si era un verdadero gozo y satisfacción el poder disfrutar acariciando ese hermoso cuerpo, el llegar a poseerla por completo culminaría mi gran deseo: lograr que su adorada vagina recibiera con gusto y placer mí acalorado miembro.

     Debía ser cauteloso y no tener prisa en penetrarla y fui frotando suavemente el glande por sus labios vaginales. Esa vagina llevaba 30 años sin que un pene penetrara en sus interioridades y era mejor ir con pausa. El momento llegó al oírle balbucear:

     -Dámelo… dámelo todo… mi amor…

     Con suavidad mi pene fue introduciéndose en su vagina hasta lo más profundo, para después hacerlo deslizar por todo su conducto. Mis movimientos, y no lo esperaba, fueron pronto acompañados con el vaivén de sus caderas. Me encontraba pletórico en todos los sentidos. Era una verdadera gozada poseer ese cuerpo. En verdad era el polvo más placentero de mi vida. Y era un verdadero disfrute oír esos gemidos y esos jadeos. Ya no podía más y mi miembro pedía descargar todo su semen en lo más profundo de esa adorable vagina.

     Soberbia fue mi descarga, como lo fueron los gritos de placer y bufidos, que ambas gargantas emitieron ante el deleite, gozo y placer que nos produjeron nuestros respectivos orgasmos. Con ello culminamos una follada increíble y sensacional.

     Puedo decir y afirmar que fue el polvo más formidable que había realizado en mi vida. No solo fue un desahogo carnal, se unió a este el sentirme por completo pletórico y satisfecho. Solo faltaba el oír de labios de mí ya adorada mujer, como se sentía, aunque era evidente el gozo y placer que le había causado el entregarse completamente a mí.

     Nos quedamos totalmente extenuados tendidos en la cama hasta que nuestras pulsaciones fueron menguando y fue cuando aproveché para preguntarle;

     -¿Como se sientes, mi querida y adorable mujer?

     -¿Qué cómo me siento? Ay, mi amor, me has hecho sentirme la más feliz de las mujeres y quisiera que estos momentos no se acabara nunca.

     -Pues no tienen porque acabarse –repliqué.

     -Sí, Juan, se acabarán porque en un par de días tus vacaciones finalizan y tendrás que irte.

     -¡Y…! –exclamé.

     -¡Cómo que, y…! Está claro que yo aquí me quedaré y no sé cuando volverás.

     No pude por menos que echarme a reír porque yo tenía una cosa muy clara, pero antes de decírselo, ella soltó:

     -No te rías porque a mí no me hace ninguna gracia. Me he entregado a ti porque en verdad te quiero con locura, pero ahora no me digas que ya tengo el camino abierto para buscar otro hombre con el cual seguir teniendo sexo. Eso no va a pasar nunca.

     No pude por menos que girarme, agarrar su cara con ambas manos y plantarle un beso en plena boca par después decirle:

     -Te he dicho antes que eres mi querida y adorable mujer, y en mi ánimo está que sigas siéndolo siempre. Por eso quiero que aceptes el venir conmigo y seas mi mujer en todos los sentidos. Eres la única con la que me siento por completo satisfecho y complacido.

     No hubo más palabras, ella tomó la iniciativa para que nuestros cuerpos se fundieran de nuevo hasta llegar a unirse nuestros sexos. Si la anterior follada fue increíble y sensacional, esta fue prodigiosa e insuperable. Ni sabría decir la cantidad de orgasmos que se produjeron en nuestros cuerpos.

     Para ir acabando esta narración, mencionaré que se cumplió mi deseo de convivir juntos en la ciudad dónde yo trabajaba y no hubo problema para que también ella encontrara trabajo como enfermera. Puedo afirmar con rotundidad que nuestra convivencia era una verdadera delicia, aparte de no perder ningún día de follar con autentico entusiasmo.

     Y para finalizar les diré la gran sorpresa recibí al comunicarme mi encantadora y adorable mujer que estaba embarazada. No me lo podía creer, me parecía algo asombroso el quedarse encinta en esa edad, pero por lo visto no era tan extraño, según la explicación que me dio como experta mi querida enfermera. Ese hijo decidimos tenerlo si no había ninguna anomalía en las pruebas que regularmente se iría haciendo.

     Si todo iba bien, culminaría mi sorprendente e inesperado amor filial, ser padre.

 

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