MEMEME Publicado 21 de Noviembre del 2024 Publicado 21 de Noviembre del 2024 Fue el 23 de diciembre cuando mi vida cambió por completo. Con mucho esfuerzo abrí hace años un pequeño taller en el que trabajo realizando reparaciones mecánicas. Aunque rara es la vez que me puedo permitir cerrar, había decidido coger una merecida semana de vacaciones para disfrutarla y relajarme con mi pareja, Camila, y con su familia. Nos disponíamos a cenar en Nochebuena y pasar la Navidad todos juntos. Camila y yo llevábamos tres años viviendo juntos. Cuando la conocí me enamoré de sus ojos negros brillantes, su desparpajo, su sonrisa pícara. Ella tenía en ese entonces 35 años muy bien llevados. Esbelta y deportista, llamaba la atención de los hombres con sus delicadas curvas, larga melena negra y, sobre todo, su gran busto. Como siempre tengo mucho trabajo y no me gusta dejar tareas pendientes, esa tarde noche me la pasé terminando unos informes para presentar los impuestos de final de año. Camila hacía rato que se había ido a dormir. Al día siguiente queríamos madrugar. Ya teníamos todo recogido y las maletas preparadas en medio del pasillo para salir nada más levantarnos y desayunar. Mi ordenador comenzó a actualizarse y, como solo tenía que enviar los archivos que ya había preparado y guardado en mi memoria externa, usé el de Camila, que se había dejado encendido. Estaba abriendo mi buzón de correo electrónico cuando llegó una notificación de la aplicación de mensajes que ella tenía instalada. No pude resistir la curiosidad. Abrí el mensaje. Todo lo que ocurrió esas Navidades derivó del descubrimiento que hice. A la mañana siguiente madrugamos. Yo me tomé un café, Camila se sentó a mi lado en silencio. No notó mi indiferencia y enfado pues, como los dos meses anteriores, ella no se percataba de mis emociones, le daba igual. Si hablábamos de algo, casi siempre terminábamos discutiendo. Nuestra relación estaba cuesta abajo y sin freno. Ahora sabía el por qué. Cargamos el coche con las tres maletas que llevábamos para esos días y arranqué nuestro viejo Skoda, que yo iba arreglando y manteniendo al día. No había presupuesto para cambiarlo. Conduje las muchas horas del trayecto desde Madrid al pequeño pueblo en Navarra en el que vivía su padre, Don Darío. El hombre llevaba viudo casi veinte años, vivía solo y siempre que podía nos hacía juntarnos para celebrar fiestas juntos. Siempre quería que sus hijas viniesen a verlo, Camila y Belén, aunque entre ellas no se llevasen del todo bien. Me mantuve en silencio todo el trayecto recordando lo que había descubierto: “Lobita salvaje” era cómo el tipo con el que se escribía Camila la llamaba. Ella le llamaba “El Varón”. Llevaban meses intercambiando mensajes subidos de tono… Los leí todos. A medida que aceleraba y adelantaba coches por la autopista, recordaba extractos de los mensajes: Qué ganas tengo de volver a sentir tus airbags, lobita salvaje. [Foto de su polla] ¡Y yo de que me la metas hasta el fondo Varón! [Foto de su coño con su mano abriéndolo] Qué rico sabe… Tu mecánico no te hace el mantenimiento que necesitas, lobita. Tú sí que sabes cómo mantenerme, varón. [Foto de sus pechos] Si esto no fuera poco, cuando vi el video que le había enviado el tal Varón… mi furia se encendió y a duras penas me pude contener. Se habían grabado follando. Él sujetaba su móvil con la mano mientras se la metía a cuatro patas. Lo peor de todo, no paraban de hablar de mí mientras fornicaban: ¿Tu mecánico no te da lo que necesitas lobita? ¡Tú me follas mucho mejor! ¡Pero que mucho mejor Varón! Yo no soy un perdedor como tu Leandro. ¡Tú eres un ganador, varón! Dame más duro. ¡¡Dame más fuerte!! Terminaba el video con una larga y trabajada mamada en la que el Varón terminaba en su boca. Córrete en mi boca – le decía ella Ella sonreía y se tragó toda la corrida, no sin antes mostrar toda la leche a la cámara. Qué rica tu leche, varón! Estaba en shock. A mí jamás me la había mamado de ese modo, mucho menos se había metido mi semen en la boca. Jamás. En ningún momento se veía la cara del espécimen. Me dispuse a averiguar su identidad y a no hacer nada hasta descubrir todo el pastel. Tardaría poco en saberlo. Llegamos a media tarde a la casa de Don Darío. Allí nos esperaba ya el resto de la familia: Belén, la hermana mayor de Camila. 39 años. Un poco más alta que ella, sobre el metro setenta. Al igual que su hermana, ojos negros grandes, brillantes y expresivos. El pelo negro en media melena a ras de los hombros. Grandes pechos siempre cubiertos con jerséis o prendas de cuello alto, pareciese que no tiene ninguna prenda que permita vislumbrar su escote. A pesar de ser la mayor y haber tenido una hija, su físico es envidiable. Piernas firmes y un generoso culo respingón. Serena y paciente, tuvo la mala fortuna de quedarse embarazada con 19 años del que ahora es su marido. Debido a la época, no tuvo más remedio que casarse con él y aguantarle. Francisco. El marido de Belén, mi cuñado. 42 años. Resume perfectamente las características de la palabra: sabelotodo, sentido del humor absurdo, mujeriego, sintiéndose mejor y más importante que los demás... Trabaja como comercial de ventas en un concesionario de una conocida marca. Siempre lo recuerda cuando tiene oportunidad, sobre todo si para ello puede chincharme. Moreno y repeinado siempre hacia atrás, dejando mostrar sus pronunciadas entradas, con una eterna perilla bajo su nariz aguileña que porta dos enormes fosas nasales. Marina. 20 años. Hija de ambos. Frente a la serenidad que porta su madre, contrasta con su carácter espontáneo y desinhibido. Eterna rebelde, siempre metiéndose en problemas. Tuvo a sus padres en vilo hace meses pensando que se había quedado embarazada (no sabía de quién). Marina tenía la misma estatura que su madre, había heredado sus enormes pechos (cosa de familia, al parecer) que, a diferencia de la primera, exhibía siempre que podía. Por suerte no había heredado la nariz de su padre, la suya era recta y dibujaba unas muescas pícaras en ella con cada sonrisa. Pelo largo y castaño a ras de la espalda. La familia de Belén vivía también en Madrid, a las afueras. Ellos habían llegado el día anterior. “Yo soy el jefe comercial. Puedo coger vacaciones cuando quiera” – me imagino que diría mi cuñado. Don Darío nos saludó a todos. Se notaba que estaba feliz de vernos. Aunque había aprendido a vivir solo, le alegraba tener compañía y celebrar estas reuniones, que no siempre acababan bien por las discusiones entre hermanas. Buenas tardes Darío! Cómo se encuentra- le pregunté. ¡Muy bien hijo! ¿Qué tal ha ido el viaje? Algo cansado la verdad, mucho tráfico, pero bueno, ¡ya estamos aquí! ¡Qué pasa cuñadito! ¿Cómo van esos motores? – me saludó Francisco con sorna mientras me daba tres palmadas en la espalda. No tenía ganas de aguantar sus idioteces, pero fingí y le sonreí como casi siempre. ¡Belén! ¡Qué guapa estás! – le di dos besos. Un placer verte Leandro. – sonreía mi cuñada. ¡Marina! ¿No vas a pasar frío? – le dije a mi sobrina señalando su mini falda y su camiseta con escote. ¡Qué alegría verte tío! – me abrazó con fuerza, creí notar su mano cerca de mi culo. Camila saludó a todos y se apartó a hablar con Francisco hasta que Don Darío nos metió a todos dentro. ¡Venga familia! ¡Vamos adentro que nos vamos a congelar! – afuera había solo tres grados de temperatura. La vieja casa tenía dos plantas. En la de arriba teníamos tres habitaciones, dos baños. Abajo, la cocina americana que había reformado hace años, con el salón enorme. A un lateral había un sofá de tres plazas y dos butacas, a su lado una chimenea encendida que calentaba toda la estancia y en medio estaba la mesa preparada: un largo mantel blanco, platos de cerámica, un centro de mesa con ramas de abeto, piñas y algunas flores, y velas encendidas. Darío tenía el delantal puesto y se pasó el rato terminando de cocinar (no dejaba que nadie tocase su elaboración ni le ayudase) mientras todos estábamos charlando y tomando cervezas. Venga familia. ¡Vamos con ese espíritu Navideño! – Francisco sacó unos jerséis horteras de una bolsa para que nos pusiésemos en la cena. Tenía esa maldita costumbre y parecía que le hacía a todos gracia. A mí no. Los repartió y nos los pusimos: Darío llevaba el de Santa Claus. Belén y Marina uno con abetos. A Camila y a mi amado cuñado le tocó el del muñeco de nieve. A mí, el del reno con cuernos enormes. (ni puta gracia). Camila se quedó mirándome sin decirme nada. Como siempre. Le di un trago largo a la cerveza y me contuve. Cuando dieron las nueve, nos sentamos a la mesa y nos dispusimos a degustar la deliciosa comida de Don Darío. ¡Qué bien cocinaba este hombre! Nos pusimos con la tarea. Primero había preparado unas tostas con salmón, queso y aguacate. Pero el plato principal era la estrella del menú: Pavo relleno de manzana. El hombre se había pasado desde la mañana cocinando todo a fuego lento, ese era el secreto. La carne estaba jugosa y parecía ambrosía de los dioses. Como siempre Darío, excepcional – le dije. Gracias Leandro. El secreto está en hacerlo con cariño. Camila hija, ¿qué tal tu trabajo? ¿Te pagan bien como abogada? – preguntó el patriarca a su hija, que estaba con su móvil contestando mensajes. No me quejo papá. -dijo sin levantar la vista de la pantalla. Seguro que te pagan bien, cuñadita – dijo Francisco – pronto comenzarás a ganar tanto como yo. Este año he subido las ventas un 20%, ¡pronto el puesto de jefe de comercial se me va a quedar pequeño! ¡Ya estoy viéndome como responsable de zona! ¿Y tú qué tal, Leandro? – se dirigió a mí ahora mi cuñado, rascándose la perilla, con la mirada en alto - ¿Cómo va eso de ensuciarte las manos? Supongo que te gustará, yo prefiero trabajar en algo más sofisticado. No me quejo, Francisco. – contesté seco. Yo no paraba de mirar cómo mi pareja no dejaba de escribir en el teléfono. Camila – me dirigí por primera vez a mi pareja – me puedes pasar la sal? ¿Por qué no te levantas y la coges? – respondió brusca. ¡Menuda lobita salvaje! ¡Cuñada! ¡Un poco de amabilidad con tu pareja! – respondió Francisco. ¡Disculpe Santo Varón! Disculpad todos, estoy con las hormonas revolucionadas… ya sabéis, estos días del mes… - se disculpó sonriendo, manteniendo la mirada fija en mi cuñado Me quedé en shock. Paralizado. Si hubiese sido una escena de anime, el fondo de mi rostro se habría oscurecido y habría saltado un rayo horizontal: lobita salvaje. Santo Varón. ¡Qué hijos de puta! Era mi cuñado el del video. Era mi cuñado el que se corría en su boca. El muy gilipollas había tenido la osadía de regalarme un jersey con el reno cornudo. Tenían la desfachatez de llamarse con sus motes delante de mí. Si supiesen que los había descubierto… Me contuve como pude. Por respeto al resto, no les iba a dar la satisfacción de verme alterado. Mi mano apretaba tan fuerte mi muslo que no dejaba circular bien la sangre en la pierna. Terminamos la cena en silencio. Ya con los postres en la mesa, Belén, al notar que la tensión iba en aumento, intervino. ¿Creo que es el momento del amigo invisible verdad? – se levantó a buscar los regalos. Todos los años jugábamos al amigo invisible. Darío hacía el sorteo y nos regalábamos algo entre nosotros. ¡Bien, comencemos! – dijo Darío sonriente. Comenzó abriendo el suyo el patriarca: un jersey de punto gordo. Perfecto para pasar el invierno. Sabía perfectamente que era el regalo de Camila. Yo abrí el mío, la última novela de mi escritor favorito. Sólo Belén se preocupaba tanto por mis gustos, era suyo seguro. Marina abrió su regalo. Un vinilo de su grupo indie favorito. Yo sabía bien qué le gustaba a mi sobrina. Gracias Leandro. Gracias tío! – me dijo con sonrisa pícara. Camila abrió el set de aromaterapia que le había comprado su sobrina. Francisco se entusiasmó al ver el libro de liderazgo que le había comprado su suegro. Y, por último, atónita, Belén abrió el paquete que contenía un sujetador Copa C, todo de encaje, negro y sexy. Cómo no, de su marido. Lo sabía perfectamente, estaba cansada de escucharle decir que sus sujetadores deportivos no le ponían en absoluto. Miré a Camila, tampoco le había hecho gracia. No me importó en absoluto. Terminados los postres, nos servimos unos licores. Bien familia. El primer caído seré yo, a mi edad necesito descanso – se despidió el patriarca – ¡mañana preparaos para irnos al restaurante a comer! ¡Este no cocina mañana! Tras Don Darío, se fueron casi todos a dormir. Nos quedamos Belén y yo terminando la botella de orujo. A la que siguió otra. Te pido disculpas por mi marido, Leandro. Sé que sus comentarios están fuera de lugar a veces – dijo en tono cansado. No tienes que disculparte Belén, tú no tienes que ver. Bastante haces con… bueno, me callo, perdona. Con aguantarle, Leandro. Puedes terminar la frase – dijo susurrando. El alcohol comenzaba a hacernos efecto a los dos. Las palabras salían con más facilidad, la verdad también. Si no fuese porque me hizo el bombo hace veinte años, jamás me hubiese casado con él. Eran otros tiempos, hoy en día no lo hubiese hecho, pero había qué dirían de mí en aquel entonces si decido ser madre soltera… Te entiendo Belén… más de lo que crees. No te veo bien con mi hermana. ¿La veo muy borde y distante contigo, os pasa algo? Prefiero no hablar de eso ahora mismo, pero sí, algo nos pasa, y grave. Belén se me quedó mirando fijamente. Creo que Francisco me engaña – susurró por lo bajo. Me quedé dudando. Con la mirada baja y fijada en el suelo. Belén siempre me había tratado bien, nos compenetrábamos muy bien, creo que si no estuviese casada hubiera terminado con ella antes que con su hermana. Belén… tengo que contarte algo… no estás equivocada. – la miré fijamente. Tú lo sabes, ¿verdad? Sí. Va a ser duro – la agarré de la mano – pero necesitas saberlo: tu marido te engaña con tu hermana, con Camila. No puede ser – sonrió aliviada, como si creyese que era una broma. Le enseñé capturas de las conversaciones que descubrí el día anterior. Su rostro torno serio. ¡Hijos de puta! ¡En nuestras narices! – unas lágrimas de dolor y rabia cayeron por su mejilla. No levantes la voz, nos van a oír – susurré. Pero es lo que tendría que pasar, que se enteren – bajó el tono. No podemos liarla. Me gustaría que dejemos pasar estos días, por respeto a tu padre. Lo solucionaremos terminada la Navidad. Belén se quedó pensativa. Sabía que, si su padre se enterase, se llevaría el disgusto de su vida. Vale, me aguantaré. Pero al volver a mi casa voy a pedir el divorcio. Se secó las lágrimas y se sirvió otro chupito de orujo. Aprovechemos el tiempo entonces, cuñado – puso en su móvil música relajante suave – Disfrutemos de esta Nochebuena nosotros, los cornudos, bailemos. Accedí a su propuesta, me levanté. Ella comenzó a moverse agarrada a mi cuello. Llevaba puestos unos leggins negros ajustados que realzaban su culo respingón y el jersey navideño rojo con abetos. Podía oler el perfume de flores silvestres en su pelo. Se giró y me dio la espalda, agarrando con su mano derecha mi cabeza. Bailaba pegando su culo a mi polla. Se había desatado, estaba desinhibida. No sé si por el alcohol o por el descubrimiento que acababa de conocer. Siempre me has atraído, Leandro – susurró. Continuó la danza de su culo, buscando lo que comenzaba a ocurrir: bajo mis pantalones vaqueros comenzaba a abultar la erección. Me estaba excitando y, como por inercia, agarré con mi mano izquierda su cadera por debajo del jersey, notaba su piel fría, suave, y con la derecha comencé a meter mis dedos entre el elástico de sus leggins. Acaricié su pubis lentamente mientras ella se contoneaba. Mi mano prosiguió con el camino de bajada. Encontré sus bragas, de un algodón fino y suave. Sumergí mis dedos bajo la tela hasta rozar las primeras vellosidades, finas y recortadas de su pubis. Ahí me entretuve varios segundos, mientras ella gemía y apretaba su cadera contra mí. Jugué con la yema de mis dedos con su vello púbico. Proseguí bajando esta vez más, saltándome el clítoris, hasta el final de su vagina. Noté cómo se humedecía a mi paso. Con mi índice bordeé sus labios mayores, que sobresalían mojados según los acariciaba. Me pones mucho, ¡cuñadito! – gemía en tono bajo, suspirando. Belén… - suspiré en su oído. Comencé con el dedo corazón a trazar una línea en su vagina. Recorriendo desde abajo la subida hasta el clítoris, sin entretenerme en él, volviendo a bajar. Con la sensación húmeda y caliente de su coño en mis dedos, mi polla hizo lo suyo: se puso erecta del todo. Sentimos un ruido en la escalera y paramos unos segundos. No se escucha nada – dijo en voz baja – sigue. No pares. Así hice. Con la palma de mi mano en su Monte de Venus, introduce mi dedo corazón en su interior. Lo moví suavemente dentro, dejándolo empapado con sus fluidos. No pares, Leandro. Salí de su interior y por fin me acerqué a su clítoris, comencé a masajearlo. Mi mano izquierda subió por su cintura hasta agarrar su pecho, enorme. Bajé el sujetador y agarré toda la teta, mullida y suave, enorme. Notaba cómo se endurecía el pezón. A medida que movía mi dedo en círculos encima de su clítoris, sus meneos de cadera se acentuaban. Gemía cada vez más rápido, en silencio, exhalando el placer. Su culo se pegaba más a mí a medida que se acercaba el clímax. Empujándome. Yo me mantenía firme. Froté una última vez todo el largo de su raja para terminar moviendo rápido mi índice fijado en su clítoris. Rápido cuñado. Más rápido. Seguí más rápido, haciendo fuerza con la palma de mi mano en su pubis, hasta que un grito silencioso y exhalado anunció su orgasmo. Siiiiiiiiiiiiii! Ohhhhhh Qué gusto Dios mío – susurraba mientras le temblaban las piernas. Quité mi mano de sus partes y se giró. Me besó apasionadamente. Su lengua rozó mi paladar. Hacía meses que no me corría tanto, gracias Leandro. Te lo voy a devolver. Espérame un segundo. Se dio la vuelta. Por educación yo me giré para no ver lo que hacía. A los pocos segundos me tocó el hombro. Se había quitado el jersey hortera y se había cambiado el sujetador por el que le había regalado su marido. Apagó la luz del techo, quedando iluminados solo por el reflejo tenue y cálido de las velas del banquete. Siéntate, por favor – me indicó el sofá. Sobre la tela de cuero marrón, allí me senté. Belén se arrodilló y se me quedó mirando fijamente. Vamos a estrenar el regalo que tantas ganas tiene mi maridito que me ponga. Te vas a correr entre mis pechos. Sin dejarme hablar, me desabrochó los vaqueros y los bajó a la altura de mis tobillos. Joder, y mi hermana ha preferido a la picha corta de mi marido a tus… ¿veinte?, ¿diecinueve centímetros?... – murmuró, sorprendiéndose al ver mi polla. El sujetador de encaje negro dejaba transparentar toda la piel de sus pechos. Unos enormes pezones marrón oscuro rodeados de areola más clara se alzaban en su enorme busto. Agarró sus dos pechos y, como quien enfunda un arma, introdujo mi polla en medio, bajo el sujetador. Yo recliné mi cabeza en el sofá, ardiente. Comenzó apretando sus pechos, aprisionando mi polla en medio. Los subió, para bajar lentamente. Mi glande se descubría con su movimiento. Notaba sus pechos ardiendo, calientes de deseo. Subió y bajó tres veces. A la cuarta dejó de presionar. Los dejó anclados abajo, contra mis testículos, y siguió el acto con su mano. Comenzó despacio para subir la intensidad y la velocidad, cada vez apretaba más y más rápido. Sus pechos debajo de la mano masturbadora se meneaban al ritmo de su mano chocando con ellos. Mi polla recibía su mano y mis huevos se llevaban las acometidas de sus pechos. Cuando estaba en el punto más álgido de rapidez, paró. En seco. Me miró fijamente. Notaba el deseo en sus ojos. No dejes de mirarme, cuñado. Mantuve mis ojos clavados en los suyos. Ella volvió a coger sus dos pechos. Apretó hacia el centro, en donde se marcaban las venas en mi polla, y comenzó con mucha más presión que antes a recorrerla de arriba abajo. Me voy a correr, Belén – susurré sin dejar de mirarla. ¡Pues hazlo! Aumentó el ritmo en el momento que terminó sus palabras. En la base de mi polla comenzó un sismo, sacudidas, temblores que ella notó cuando el semen brotó de la base y fue subiendo como una erupción. Rápidamente ella sumergió la punta de mi polla y la taponó con sus pechos, los continuos chorros de semen afloraron en su escote, cayendo hacia el lado derecho de su pecho, mojando todo el sujetador. Ella no apartó sus ojos de los míos. Cuando las convulsiones cesaron, liberó mi polla que se quedó toda impregnada de semen en su escote. Acercó los brazos a su espalda y se desabrochó el sujetador, que usó para limpiarme y también sus pechos, quedando completamente repleto de semen. Demos gracias a mi maridito por el regalo – me susurró al oído. Se colocó el jersey y nos despedimos. Subimos las escaleras y cada uno nos fuimos a nuestro cuarto a dormir al lado de nuestras parejas infieles. Al día siguiente nos esperaba un día lleno de sorpresas. A mediodía habíamos quedado todos juntos para comer en un restaurante que había reservado mi entonces suegro. Lo que ninguno nos dimos de cuenta, fue que hubo alguien que nos espió y vio todo lo que hicimos. Pronto me lo haría saber.
Dotero1 Publicado 25 de Noviembre del 2024 Publicado 25 de Noviembre del 2024 buen relato bro, segunda parte plis
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