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Bajos Instintos.


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Era un día de primavera y el fresco se sentía en el aire. Ella estaba comiendo: una ensalada de hojas verdes y yo, bueno, yo nada, sólo pensaba en como aprovechar el tenerla tan cerca de mí. Cuando ella había ya satisfecho su hambre, la situación se prestaba a satisfacer otro tipo de apetitos.
Ella era joven pero ya tenía la edad suficiente y el tamaño adecuado. Su atuendo era un traje con franjas negras y verdes que marcaban una figura divina. Tenía un cuerpo perfecto, ni un gramo de más. Sus brazos eran delgados y firmes. Su pecho era pequeño, juvenil, con las proporciones propias de la edad. Las piernas largas y los muslos musculosos, que cualquiera pensaría que podría saltar hasta el cielo. Su abdomen y cintura en las proporciones adecuadas. Sus posaderas eran perfectas: grandes y amplias, como para subir y no bajarse nunca.
Su cara era una obra de arte, con los ojos grandes, las orejas delgadas, puntiagudas y los labios carnosos, deliciosos.
Estabamos en medio del campo. Si bien podrían haber cerca más individuos, eso no nos importaba. Además, estábamos ocultos en el follaje. Empezé a rodearla, empavonado, para darle a conocer mis intenciones, zumbándole suavecito en el oido y ella supo entenderlo. Ella sabía a qué había venido, para que estábamos allí.
Ella se encontraba dispuesta a recibirme, era toda una hembra en celo. Después de este cortejo ella apoyo sus brazos en la hojarasca y levanto su trasero espectacular dispuesta a recibirme. Me acomode detrás y me aferre a ella, recorriendo su cuerpo con mis brazos como un pulpo.
No lo pensé más y procedí a penetrarla y disfrutar esta delicia como si fuera la última vez que lo haría. Ella empujaba su pelvis frenéticamente hacia atras. Cabalgué con energía esa grupa, igualando en ritmo sus movimientos, hasta que no pude más y llené su interior con mi simiente. El acto había sido de tal intensidad que estaba seguro de que habría fecundado su vientre.
Terminamos. Separamos nuestros cuerpos. Una sonrisa se notaba en nuestros rostros. Sabíamos que para eso estábamos allí. Nos desperezamos un poco. Nos vimos por última vez. Ella de un brinco se alejo. Yo hice lo propio, seguí mi camino, a ver qué encontraba en el camino, a ver si podía repetir la experiencia otra vez. 

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